Juanjo Martínez, CEO de Lalola&Co, formador, asesor y miembro fundador del Club TOP F&B.

En ocasiones, cuando se llega al triunfo empresarial o laboral por causas exógenas, el premio de la conquista es superior a las propias capacidades y actitudes. Llegada esa situación hay que ser muy inteligente para no acabar rodeados de aduladores “regalaoídos”. Al final, el tiempo, que es amigo de los profesionales y enemigo de los mediocres, acaba poniendo a cada cual en su lugar.

Ser camarero o cocinero no es una profesión. Ni se llega a un buen nivel mediante una educación formal, ni se adquiere un nivel de maestría por muchos másteres que se hagan, ni se es el mejor de nada por ganar algún concurso. No todo el mundo que trabaja en la hostelería es hostelero. Ni todos los hosteleros son empresarios. La restauración es un oficio. Una habilidad que precisa pasión, constancia y que se aprende mientras se está trabajando directamente en la materia.

Cualquiera con una formación adecuada puede dar clases en cualquier profesión.  Pero no cualquiera puede enseñar un oficio sin tener una trayectoria destacable, una experiencia práctica y un nivel teórico adecuado. Ahí radica el principio de los problemas de nuestro oficio y la causa de las hostias que se meten muchos inversores y neófitos en nuestro sector.

Aprovechando que en el club TOP F&B hemos inaugurado el ciclo de artículos “ya te lo advertí”, con intencionalidad terapéutica para mí y aleccionadora para quien quiera aceptar mi opinión, he querido mostrar 7 casos muy concretos de personas con las que coincidí laboralmente y que se vinieron (o se vendrán) abajo por no haber sabido gestionar su éxito. Gentes que, tras alcanzar su techo profesional, se hundieron, se hundirán o se están hundiendo, no por haberse equivocado, sino por el peso de un pecado capital que en nuestro oficio siempre se acaba pagando.

Son 7 pecados capitales cometidos por 7 personas que me han hecho mejor. No por lo enseñado sino por lo aprendido sobre lo que hay que evitar para no llevar a una empresa a pique.

Dirigir con ira

Es lo que le paso a “N” (aunque también podría haber puesto el ejemplo de  G). Su pecado capital fue la ira.  Espero que ya haya aprendido que su cargo directivo no es un pedestal ni supone patente de corso para tratar mal a las personas.

Dirigiendo a tu quipo como a marionetas únicamente conseguirás que tus colaboradores te abandonen en tu poltrona con todo el trabajo por hacer. Nuestra relación duró lo que duran dos peazos de hielos en un whisky on the rocks. Somos agua y aceite.

Le advertí al presidente de su empresa que no era bueno para su reputación corporativa que le permitiera cortarle el cuello a la gente, por cierto súper válida y competente, con los que él había conseguido crecer. Era parte de su estrategia rodearse, salvando alguna excepción, de palmeros validadores de su opinión para convertirse en la Reina del lugar.

Al final con el proceder de N sólo se consigue que lo que empieza con IRA  ACABE CON VERGÜENZA y, en ocasiones, con la venganza de los que te rodean. N, Cuando tengas tiempo permíteme que te recomiende Juego de tronos y entenderás lo que traté de advertirte.

Crecer lujuriosamente

Seguro que conocerás algunas de las coplas que escribió el fantástico letrista Juan Mostazo. Una de sus más conocidas canciones dice aquello de “Gitana, que tú serás como la falsa moneda que de mano en mano va y ninguno se la queda”.  

El pecado capital de C fue la lujuria empresarial. Cayó en el deseo incontrolado de obtener poder y dinero. Acabó perdiendo la perspectiva de la realidad y sobreestimando sus propias capacidades. Lo pongo en mi lista como el vivo ejemplo del empresario que se deja tentar por oportunidades que no siempre conducen a resultados positivos.

Mira que le advertí que no ninguneara a los grandes profesionales que pasaban por su empresa. Creí que por fin había aprendido la lección cuando en un vuelo coincidí con su nuevo director de operaciones. Dos meses más tarde no me sorprendió saber que no seguiría.

La lujuria es un deseo que quema.  Ahora imagino que estará quemándose intentando que todos los lobos, a los que acudió para saciar su desenfrenado apetito económico, le concedan algún tipo de carencia para poder huir hacia delante. Su lujuria, además de hipotecar su imperio, generó hipertensión en la liquidez de la empresa  y se me antoja muy improbable su remontada.

La bien pagá es otra de las inmortales canciones de Mostazo. En ella podrás escuchar aquello de  “Ná te debo, na te pío”. ¡Pues eso!

Envidiar el éxito ajeno

Que ridículos se ven las personas cuando te quieren mentir y ya sabes la verdad. Que estúpidas son cuando tratan de ocultarte la verdad sin saber que ya dejaste de confiar en ellos.

A “D” le resulta más fácil hablar que ser ejemplo.

Desde que le conozco siempre ha pecado de “taponar” a su equipo para evitar que le eclipsen. Siempre los ha utilizado para echarles su culpa. Cuando alguno de sus colaboradores destacaba o despertaba el interés de los clientes o de la competencia, su reacción y la de su directora general, al contrario de lo que pregona, era ir a degüello con furia, conspirando para descreditarlo y “castigando” en respuesta al resentimiento que les provoca la envidia.

Ese es su pecado capital, no saber digerir el éxito ajeno. Ya le advertí que el talento se educa en la calma y que querer silenciarlo solo destapa tempestades que acaban conduciendo hacía el montón de la mediocridad.

Piensa que sólo envidia aquel que se encuentra por debajo tu nivel y que el coste de envidiar el éxito de tu equipo actúa como palanca para su crecimiento a costa de tu declive.  Qué pena. Antes la valía ahora la da.

La gula empresarial atrae moscones

“J” es un lobo. Es el clásico personaje oscuro que se cruza en el camino de los que empiezan a destacar empresarialmente.  Lobos que sacan provecho de la ingenuidad y que tratan de ganar confianza bajo una piel de corderito.

Se comportan como inofensivos corderos para no despertar sospechas y, empleando estrategias de distracción,  van conduciendo al inocente hacia su establo. Sin que te des cuenta los lobos como “J” te acaban metiendo en su trampa. Es en ese momento cuando advertirás que sólo podrás salir de allí con su “llave-condición”, si tienes la suerte de reaccionar a tiempo antes de entrar en su engaño o si logras encontrar algún escollo por el que fugarte.

La gula es el pecado de estos “estafadores”, “ladrones del sacrificio ajeno”. “J” se quiso comer todo mi pastel. Gracias a él, entre otros, me di cuenta que lo que diferencia un chanchullo de un negocio es la ética y entendí que nunca podré hacer un buen trato con una mala persona.

Los cimientos en los que se asientan el crecimiento de estos lobos son de estiércol puro. Una base muy poco consistente e inestable para soportar todo el peso que les meten. Gracias a “J” aprendí a descartar los tratos en los que veo moscas.

Hay gente que por más que intente aparentar ser buena persona las moscas que tiene a su alrededor delatan lo que es. San Martín siempre acaba haciendo justicia.

Mostrar soberbia mirando por encima del hombro

La soberbia afecta a los pobres infelices que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder. La  arrogancia de “I” con las personas es lo que provocó  su aislamiento, la ausencia de nuevas relaciones en su vida y, en consecuencia,  su decadencia.

Ser una persona toxica forja la desaparición del entusiasmo a tu alrededor. Crear un clima autoritario y un entorno hostil en el que impere el miedo a opinar, siempre acaba  generando despreocupación y ganas de irte a otro lado.

A “I” le recomendé que tratase de diferenciar su servicio doméstico de sus funciones como directivo hotelero si quería mejorar la calidad de su empresa. No me hizo caso. Me da que pronto estará en esa bolsa de fracasados de los que le gusta rodearse para ir probándolos, alimentar su ego y estamparles su humillante superioridad cuando osan discrepar.

En fin, no se puede pedir más a las personas soberbias y al final como les gusta pagar con cacahuetes ya se sabe lo que acaba rodeándoles. Para esta gente sólo me cabe desearles que sigan con salud en su caída.

La avaricia. Confundir miseria con gestionar

“F”  sólo pudo fingir un mes. La calé rápido. Hay una obra de Molière titulada L’Avare que explica la historia de un viejo avaro que quiere a sus monedas más que a nada en el mundo. En un momento de desesperación, porque ve que puede perder sus monedas, se muestra dispuesto a cualquier cosa para recuperarlas, incluso a volverse razonable.

La avaricia rima “F”.  No se pueden llenar las cocinas de inmigrantes traídos de origen únicamente con el propósito de aprovecharse de su desconocimiento legal y su obligada sumisión.

La hostelería actual no tiene nada que ver con la del 2000. Ahora el cliente, aunque sea guiri, quiere autenticidad, especialidad y ya no entra en un establecimiento empujado por tiqueteras que les abordan en la calle con la carta en la mano como si de un arma blanca se tratase.

Hay quien no sabe lo que no sabe y nunca entenderá que sus establecimientos, situados en las mejores calles de la ciudad, se encuentren vacíos mientras que otros triunfan sin un estilo claro y en una calle secundaria.

Se les van sus monedas y por muchos intentos de volverse razonables, su fondo, que es codicioso y mezquino, no permitirá nunca que sus formas actúen de forma generosa, sensata y razonable.

Ya le advertí a ella y a su yerno que había que empezar a dar valor, que tenían que profesionalizar la plantilla. Miseria trae miseria y ellos confundieron gestionar con ser miserable. Me recuerdan a Ebenezer Scrooge, el personaje que creó Dickens, un tipo adinerado y codicioso que vive en la miseria con el fin de ahorrar y tener más dinero.

“F”, léete el libro. Te irá bien.

La Pereza anticipa el derroche

El pecado capital de “R” fue la pereza y aunque a veces es destacable como palanca de creatividad, lamentablemente no es su caso. Ella era una desganada con tendencia a cumplir la ley del mínimo esfuerzo. El vivo ejemplo del efecto Ringelmann.

El filósofo alemán que da nombre a dicho efecto demostró en 1913 como en todo grupo siempre hay quien “escurre el bulto” disminuyendo el rendimiento cuando se trabaja en equipo y, a medida que aumenta el número de miembros, decrece la productividad grupal debido a que el esfuerzo del conjunto no es igual a la suma de todos los esfuerzos de forma individual.

“R” creyó haber jugado sus cartas con éxito.  Utilizo su posición de sindicalista en su propio beneficio para blindarse los 50.000 euros al año por trabajar 6 horas al día y no para contribuir al beneficio de sus compañeros y en favor de la sostenibilidad de la empresa.

Querida “R”, tantos años poniendo palos a las ruedas provocan que el carro no avance.  Pudiste ser reina de un gran concepto de negocio. Un modelo con tanto éxito que incluso se permitió sobreponerse a muchos años de derroche y de salarios por encima del valor profesional de sus mandos.

Entre los extremos de la miseria y el despilfarro se encuentra el sentido común, la prudencia, la ética, la experiencia y el conocimiento. Ella no cumplía con ninguna de esas cualidades. La holgazanería en una empresa es la antesala del despilfarro. Esta pandemia ha retratado a muchas empresas y a muchos trabajadores.

Ya le advertí cuando llegué a la empresa, por cierto en pérdidas y con fondos propios negativos. Le di la vuelta en un año y, cuando cumplí mi objetivo de dejarlos con beneficios,  le repetí  que si volvían a lo mismo acabarían mal. La cabra siempre tira al monte. Ahora “R” busca trabajo para trabajar y, si lo encuentra, va a tener que hacerlo por lo que vale.

 

Esta es mi experiencia con «los 7 pecados capitales» que me llevan a que repetir y repetir lo que se debe tratar de evitar para conseguir tener una marca potente, respetada, escuchada, reconocida y admirada.

Porque no te olvides de que Marca es lo que opinan de nosotros, no lo que creemos que somos, ni lo que decimos ser.